Ha vuelto a crecer,
la niña con miedo al abismo ha vuelto a creer.
Subida en lo más alto de la colina,
ha gritado a los cuatro vientos,
a pulmón abierto,
y a sonrisa preciosa
que le vuelve a doler la barriga
de reír a carcajadas,
y de guerras de cosquillas.
Se ha roto las ojeras
y ahora trasnocha porque le da la gana.
La gana de besar
y acariciar con sus pestañas
la comisura de sus labios
que forman la autopista
hacia el acantilado más empinado
donde van a parar los besos
con los que eriza su piel
y donde susurra a sus huesos
que está
loquita de amor por él.