Nos conocimos
entre el primer andén,
y su última lágrima.
Decía que quería volar,
y yo le convencí
de que sonreír
también es abrir las alas.
Me miró
con cara de pocos amigos
y mirada de
‘quiero follar contigo’.
Se desabrochó
el primer botón de la camisa,
y abrió las puertas
de hacer turismo
en el centro de sus piernas.
Desprestigiamos al amor
e hicimos de aquella habitación
la soledad de destrozar el colchón
con alguien
a quién no te declararías
en una estación de tren.
Gimió seis atardeceres,
y al séptimo amanecer,
volvió de nuevo
al primer andén.
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